En otoño se produce un desplazamiento clave dentro del ciclo tradicional de la ganadería extensiva: los rebaños de ovino, principalmente de razas tradicionalmente trashumantes como la oveja merina, abandonan los puertos de montaña —zonas de pastoreo estival ubicadas en la Cordillera Cantábrica, los Pirineos, la Sierra de Cuenca o los Montes Universales de Teruel entre otros repartidos por nuestra geografía — y se encaminan hacia las dehesas del sur o llanuras de invierno, más suaves climáticamente.
¿Por qué realizan este desplazamiento, a veces de cientos de kilómetros? Respuesta obvia para unos, desconocida para otros, obedece a razones agronómicas, climáticas y económicas. Los pastos de montaña se agotan tras el verano y la llegada de heladas o nieve hace inviable la estancia prolongada del ganado. En cambio, las zonas de menor altitud ofrecen pastos disponibles, menor riesgo de congelación del suelo y un clima más benigno para el invierno.
Volvamos la vista atrás
Aunque la trashumancia tiene raíces milenarias y forma parte de nuestra historia ganadera, lo cierto es que su práctica se ha reducido considerablemente en volumen en las últimas décadas. Según el “Libro Blanco de la Trashumancia” del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, los rebaños trashumantes han disminuido notoriamente respecto a épocas pasadas.
Las antiguas vías pecuarias que permitían estos desplazamientos –circulando por cañadas, cordeles y veredas– suman más de 125.000 km en España. Estas rutas articulan un patrimonio ecológico y cultural: actúan como corredores biológicos permitiendo movimientos de fauna o dispersión de semillas, además de conectar paisajes rurales de gran valor.
Durante el descenso otoñal, el rebaño realiza una media diaria de 20-25 km según las condiciones climáticas, pendientes y disponibilidad de pasto, recuperando un itinerario que antaño podía alargarse hasta 600-700 km en los grandes traslados entre norte y sur.
Por ello, el otoño ofrece una oportunidad única de vivir la trashumancia bajo los colores anaranjados y el caer de las hojas, que no siempre recibe tanta atención como la subida primaveral hacia los puertos.
Experiencias para hacer este otoño
No muy lejos de este artículo, a un par de clicks en esta misma web, te proponemos varias actividades ligadas a esta estación que permiten entender más a fondo la trashumancia, además de disfrutarla como visitante.
Aquí te dejamos algunos ejemplos:
- Talleres de lana y visitas a ganaderías trashumantes: En otoño, cuando el rebaño se prepara para el invierno y la lana ha sido esquilada o lo va a ser, estos talleres permiten comprender la relación entre pastoreo, esquileo y textil.
- Rutas guiadas por antiguas vías pecuarias: Aprovechando que muchas cañadas bajan a las zonas de menor altitud, algunas experiencias invitan a caminar junto al rebaño o a seguir parte del recorrido, observando cómo el paisaje cambia (color de la vegetación, tipo de pastos) y cómo el ganado reacciona ante el descenso. También se ofrecen experiencias para conocer los pastos de invierno en zonas de Huelva y Cáceres.
- Gastronomía de pastoreo en otoño: Es la época en que el animal ha completado buena parte de su ciclo, y la cocina vinculada al pastoreo cobra sentido: corderos o lechazos de pastoreo, quesos de oveja trashumante, embutidos de monte… Los visitantes pueden combinar la observación activa de la trashumancia con una experiencia culinaria que contextualiza el proceso ganadero.
¿Te animas?
Para quienes ya conocen la cultura de la trashumancia, el otoño es un momento idóneo para profundizar: no es solo ver ovejas, sino analizar cómo se desarrolla el descenso, qué condiciones se manejan (pastos, clima, itinerario), qué impacto tiene en el paisaje y qué vínculo directo existe con las experiencias ofertadas en la red Caminos Trashumantes. Combinar una ruta por vía pecuaria, un taller de lana y una comida vinculada al pastoreo permite obtener una visión más completa —y menos tópica— de esta práctica ganadera.
Te invitamos a calzarte las botas y vivir la trashumancia en otoño.






