En un tiempo donde la biodiversidad está en declive global, la trashumancia representa una aliada inesperada y poderosa para la sostenibilidad medioambiental. Lejos de ser una reliquia del pasado, esta práctica ancestral es un verdadero motor de vida para los ecosistemas.
Durante su recorrido, los rebaños trashumantes recorren miles de kilómetros a través de cañadas y cordeles, creando un mosaico cambiante de pastos, flores, insectos y microorganismos. El paso de los rebaños abre claros en la vegetación, favorece la presencia de aves esteparias, nutre a especies carroñeras y mantiene el equilibrio entre depredadores y presas. Allí donde pasta el ganado, la fauna silvestre encuentra refugio, alimento y continuidad ecológica.
Por su parte, el que los rebaños cambien sus zonas de pastos en función de las estaciones y la disponibilidad de alimento, evita la sobreexplotación de zonas concretas, favorece la regeneración vegetal y dispersa semillas a lo largo del territorio, creando unos paisajes profundamente sostenibles. Paisajes que han sido modelados durante siglos por el paso del ganado y del ser humano y en los que muretes de piedra, majadas, abrevaderos y cañadas hoy forman parte de un patrimonio cultural y ecológico inseparable.
De este modo, la ganadería extensiva y trashumante reduce emisiones, preserva suelos fértiles, evita incendios y contribuye al secuestro de carbono, lo que, frente a los modelos intensivos e industriales, la convierte en una alternativa climática real.
Desde el punto de vista medioambiental, defender la trashumancia es defender un modo de relación respetuosa con el territorio, es apostar por una biodiversidad en movimiento, conectada, rica y resiliente.