Detrás de cada rebaño trashumante hay algo más que animales en movimiento: hay personas, hay memoria viva, hay pasión.
En un mundo acelerado y urbanizado, todavía existen hombres y mujeres que deciden seguir el compás lento y ancestral de los caminos ganaderos que un día siguieron nuestros ancestros. Son los pastores y pastoras del siglo XXI, guardianes de una cultura en peligro, pero también pioneros de una forma alternativa y sostenible de entender la vida.
Lejos de ser una reliquia del pasado, la trashumancia sigue muy viva gracias a personas resilientes, apasionadas por la naturaleza, por los animales y por un modo de vida que desafía las lógicas del mercado y las imposiciones del reloj. En muchos casos, han reinventado la tradición: combinan el legado de sus mayores con las herramientas del presente. Usan GPS y aplicaciones móviles para trazar rutas o consultar el tiempo, graban vídeos en redes sociales para divulgar su día a día y atraer a curiosos, viajeros o incluso futuros aprendices del oficio.
Como Lidia, joven ganadera en la Sierra de Gredos que aprendió el arte de pastorear con su abuelo. Hoy dirige con orgullo una pequeña explotación de ovejas merinas y ha convertido su actividad en una propuesta educativa para familias y escolares. Organiza jornadas de puertas abiertas, rutas guiadas y talleres de esquileo y queso para quienes quieren conocer de cerca el oficio.
O Ismael, pastor extremeño que cada año recorre más de 500 km a pie, desde el sur hasta las montañas de León. A través de sus redes, muestra paisajes espectaculares, escenas cotidianas, dificultades logísticas y momentos de profunda conexión con la tierra. Ha logrado generar una comunidad digital que acompaña virtualmente su trashumancia.
También están los nuevos pastores, personas que no nacieron en el campo pero han decidido cambiar de vida. Arquitectos, maestros o informáticos que descubrieron en la ganadería extensiva una forma de vida más coherente con sus valores. Las escuelas de pastores, presentes en lugares como Asturias, Castilla y León, Andalucía o el Pirineo, están formando a esta nueva generación con una mirada holística: saberes tradicionales, manejo del ganado, bienestar animal, comercialización directa, comunicación digital y sostenibilidad.
Para quienes aman el turismo de naturaleza, la posibilidad de acompañar a un rebaño trashumante durante uno o varios días es una experiencia transformadora. No se trata solo de caminar por cañadas milenarias, sino de escuchar historias junto al fuego, aprender a interpretar huellas en el suelo, cuidar de los animales, madrugar con el canto de los pájaros y descubrir otra forma de medir el tiempo.
La trashumancia se convierte así en una experiencia de turismo vivencial, ideal para senderistas, fotógrafos, familias o simplemente personas que buscan reconectar con lo esencial. Cada paso, cada descanso, cada conversación con el pastor se convierte en una lección de vida.
¿Sabías que…? Algunas rutas trashumantes están diseñadas como experiencias turísticas: incluyen acompañamiento de pastores, interpretación del paisaje, alojamiento en ventas históricas y degustación de productos locales como queso de oveja o miel trashumante.